En los últimos días vengo pensando en la gran falta que nos hace -como sociedad- cultivar el pensamiento crítico. La concepción del mundo como uno dividido entre “buenos” y “malos” no existe. Es una farsa. Sin embargo, es una farsa que demasiados han elegido para pilotear sus vidas. Hoy, parece que solo podemos entender el mundo entre derecha e izquierda radical. ¿Qué fue del centro?

La verdad es que tu enemigo no tiene esas garras que le pintas. Tu héroe tampoco tiene un halo sobre la cabeza. Y pensar así habla de una seria carencia de sensatez entre nosotros.

Todos los que habitamos este mundo somos seres complejos y llenos de matices. Las personificaciones reduccionistas y flojas que hacemos en nuestra cabeza no sirven más que para justificar nuestras acciones en contra o a favor de una causa o persona.

Le ponemos cuernos, colmillos y adjetivos como ‘asesino’ o ‘terrorista’ a aquellas personas con las que no estamos de acuerdo. Esto es -francamente- infantil y vergonzoso. Aceptable para un niño, quizás. ¿Pero para una persona adulta y pensante? Qué vergüenza.

Es evidente que el espíritu crítico está en riesgo (si es que no ha desaparecido ya por completo) y la mentalidad de rebaño está copando todas las cabezas del país. Algo tan simple como entender que la clave para construir es navegar entre grises y alejarse del maniqueísmo no parece ser asimilado.

Cuando olvidamos que para opinar antes hay que conocer, dejamos de lado el pensamiento crítico. Es muy fácil dejarnos llevar por algo que vemos en las redes o escuchamos de alguien más, cuando en realidad lo que tenemos que hacer es cuestionar, investigar, y hacer juicios propios.

Así pues, insultando a los que piensan distinto a nosotros (sin si quiera cuestionarlo antes) estamos encaminados directamente a convertirnos en una sociedad de bárbaros y cretinos.