Un día como hoy, el 14 de octubre de 1962, el mundo comenzó a sentir la amenaza de una tercera guerra mundial. El gobierno del presidente Kennedy para neutralizar rápidamente a Cuba consiguió en el marco de la OEA su suspensión del mayor foro continental; sin embargo, surgió la denominada crisis de los misiles de octubre de ese año, que puso a prueba al joven presidente católico.
Estando Washington y Moscú al borde de la tercera conflagración planetaria, ambas naciones habían medido el grado de influencia y de poder que mantenían en plena Guerra Fría. Al final todo se resolvió con una salida negociada, es decir, EE.UU. no interfirió en Cuba y la Unión Soviética retiró sus misiles. Lo anterior fortaleció al líder moscovita, Nikita Kruschev, lo que marcó el afianzamiento de su vinculación con la Cuba castrista. El líder guerrillero había encontrado la alianza que necesitaba para que actuara como soporte frente al gigante norteamericano.
Para algunos esa razón sería el detonante de la desgracia de John F. Kennedy. En efecto, un año después, sin que esa haya sido la causa, el mundo entero quedó conmocionado cuando corrió como pólvora la noticia de que el 35° presidente de los EE.UU. de América, había sido asesinado el 22 de noviembre de 1963, en la ciudad de Dallas (Texas). La revolución cubana al inicio de la crisis tenía más de 2 años de haber triunfado luego de la irrupción de Fidel Castro, que en el amanecer del primer día de 1959, asaltó La Habana e hizo su ingreso oficial en la isla con Ernesto “Che” Guevara y Camilo Cienfuegos.
Nadie sospecharía de los planes de Castro que incluía la osadía de acercarse a la Unión Soviética, provocando a Washington. La crisis de los misiles y la muerte de Kennedy, entonces, marcaron a EE.UU. por esos años. El mundo quedó aliviado luego de ese episodio lleno de incertidumbre. Cuba quedó aliviada sabiendo que EE.UU. ya no buscaría las conspiraciones del pasado, incluida la frustrada invasión de Bahía de Cochinos del 17 de abril de 1961.