Más allá de las formalidades temáticas de rigor en estos tiempos, la cumbre de gobernadores del FMI y el Banco Mundial de Lima gira en torno a la preocupación por recuperar el crecimiento mundial que ha demostrado, en los últimos treinta años, ser el gran motor de reducción de la pobreza.

Haríamos mal los peruanos en creer que las frases de cortesía de los altos funcionarios que nos visitan, respecto a nuestra economía, nos exoneran pendientes en materia de desarrollo. Que nos repitan que somos de los países que más crecerán este año no debe ocultar el hecho de que el 3% alcanzable está muy lejos de lo que debemos lograr para abatir la pobreza en pocos años.

No hay desarrollo sin crecimiento, ni crecimiento sin competitividad. Y aquí está el problema, porque de nuestros pilares de competitividad -como los establece el World Economic Forum- fallamos en tres de cuatro, ocupando lugares muy por debajo de la media en el cotejo mundial. Por eso, la lección número uno que debe sacar el Perú de este importante encuentro es que las fuerzas vivas del país deben orientarse a fortalecer esos pilares básicos de competitividad para impulsar el crecimiento a tasas relevantes en los próximos años.

Esto renueva la importancia de utilizar el instrumento de las Asociaciones Público-Privadas (APP) para que las fuerzas del sector público y del privado se aboquen por lo menos a dos de los pilares básicos de la competitividad: la mejora de la infraestructura y el fortalecimiento de la educación escolar y de la atención de la salud. Hay que tener también la audacia de utilizar las APP en áreas no tradicionales, como agua y saneamiento, servicios penitenciarios y construcción de escuelas y hospitales.

Necesitamos redoblar esfuerzos e ir con todo, incluyendo la elección de un gobernante con decisión política, convencimiento y pocos titubeos. Atrevámonos.

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