Mientras transportistas de Arequipa y gran parte del país iniciaban una medida de protesta contra el Gobierno y los pasajeros sufrían para llegar a sus destinos, el presidente del Consejo de Ministros, Aníbal Torres, bailaba wititi (la danza del amor) en la inauguración de un colegio en la Ciudad Blanca como si la situación del país estuviera de las mil maravillas. Ignorar a los manifestantes y mostrar nulo interés en resolver las demandas de un gremio tan importante solo refleja que el Ejecutivo sigue de espaldas a los verdaderos problemas de los peruanos. De tal manera que ya no tienen palabras para hacer valer el cliché del presidente Pedro Castillo, ese que dice que “gobierna junto al pueblo”.

Estos gobernantes están convirtiendo el Perú en un país errático, degradado y sin rumbo. Ante esta coyuntura, los que protestan no lo hacen para salvarse ellos sino para salvarnos a todos de esta gestión tan inepto y con visos de corrupción. Y no solo nos referimos a las protestas en las carreteras del interior del país sino también en las calles de Lima y provincias. Se trata de una situación límite que genera que los ciudadanos expresen su descontento pacíficamente.

Lo que la gente pide es legítimo y está en todo su derecho. No se le puede neutralizar con el engaño del diálogo y la unidad. Eso no existe ni existirá porque el ADN de este Gobierno es la disputa, el odio y la división. Genera tanta confrontación que no da tiempo para que se aplaquen las pugnas.