Parece que a Eufrosina Santa María Rubio, la exviceministra de Desarrollo e Infraestructura Agraria y Riego del Ministerio de Agricultura (Minagri), jamás le enseñaron que la mujer del César no solo debe ser honesta sino también parecerlo.

Veranear a sus anchas, patinar y bicicletear en horas de trabajo y, más grave aún, cuando el país nada en barro y miles de damnificados claman por ayuda, está lejos del grado de sensibilidad y compromiso que debería acompañar a todo funcionario público.

Y es raro porque la política -por lo menos en nuestro país- está amarrada al show, al exhibicionismo, a la sobreexposición, al discurso con las botas hundidas en el lodo, al figuretismo televisado. Eufrosina ha tenido cámaras, pero no precisamente entregando ayuda a los devastados pueblos de Piura o Huarmey.

Por lo demás, los “comechados”, los zánganos y los holgazanes siempre encontraron tierra fecunda en el Estado y la culpa atañe igual a quienes les dan cabida. Por ejemplo, el “negociazo” de Carlos Moreno, en las narices de PPK, también es una forma de vagancia repugnante porque trataba de hacer plata fácil a costa de las enfermedades de la población.

Vivimos, pues, en un país donde la clase política -salvo honrosas excepciones- está divorciada del buen ejemplo y la acción encomiable. ¿Acaso no hay congresistas que cobran por escolaridad pese a que ya son abuelos? ¿Y los padres de la patria que se embolsillan “gastos de instalación” habiendo sido reelegidos o siendo representantes por Lima?

Y si vamos más atrás, recuerden que algunos familiares de Alberto Fujimori traficaron con ropa donada por Japón. No mojen que no hay quien planche.