En las últimas dos décadas, tres expresidentes han terminado condenados: Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y Ollanta Humala. Este último, junto a su esposa Nadine Heredia, acaba de recibir 15 años de prisión por aportes ilícitos en su campaña. No es un detalle menor que, pese a las presiones políticas y las demoras usuales, las sentencias finalmente llegan.Pero el que todos los presidentes elegidos en las últimas tres décadas (Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski, Pedro Castillo y Dina Boluarte) hayan terminado procesados, condenados o investigados por corrupción no es una coincidencia, es un reflejo de un sistema político que tiene que cambiar.

La justicia puede tardar, pero la lista es demasiado larga como para atribuirlo solo a casos aislados.

El problema no son solo los nombres, sino las reglas de juego que han permitido que la corrupción se instale como una práctica estructural en la política peruana.

Con unas nuevas elecciones acercándose, estas condenas y procesos contra los presidentes no deberían ser vistos como episodios aislados, sino como advertencias. La corrupción ha marcado cada elección, y evitar que el próximo presidente repita esa historia es responsabilidad de todos.