En el año 2004, el Fondo Editorial del Congreso público nuevamente la obra de José Matos Mar bajo el título de “Desborde Popular y crisis del Estado veinte años después”, que habla de los “dos perues”: el oficial, formado por las instituciones que buscan hacer prevalecer sus intereses, vinculadas al poder político y grupos económicos; y el real, es decir, el informal contestatario  emergente que desborda en su camino lo establecido, que supera a una sociedad en crecimiento constante donde el  Estado no satisface necesidades y se ve desbordado por la informalidad que busca a su manera satisfacerlas. Matos Mar criticaba el divorcio entre ambos, es decir el Perú oficial y el Perú real. La fractura entre ambos es evidente, y sobre ello se debe trabajar.

El que está en Palacio de Gobierno es la expresión del desborde popular contestatario e inclusivo, que es manifestación de un Perú democrático en constante cambio desde lo social y político, situación que aceptamos. Lamentablemente para nuestro país, quien no entiende ese esquema es el mismo Pedro Castillo, que sigue escarbando en la herida de la necesidad culpando de todo al pasado.

El gobierno insiste en dividir, en destruir lo poco de institucionalidad que nos queda. Para colmo de males lo hacen con total desfachatez, faltan el respeto a la Policía Nacional poniendo de comandos y ministros a quienes permiten la fuga de presuntos delincuentes vinculados con actos de corrupción que involucran al presidente Castillo.

Tenemos un presidente de JNE que, no entendiendo su autonomía, se esconde bajo las faldas de una embajadora para ocultar la vergüenza de ampliar su propio cronograma electoral, actuando en sentido contrario en situaciones análogas e impidiendo la participación de partidos político en las elecciones del 2021. Vemos también a un juez que no entiende la Constitución ni la separación de poderes, y que con una acción de amparo detiene un proceso de elección del defensor del Pueblo que es facultad del Congreso, hechos que inexplicablemente no tienen reproche social ni mediático. Esta degeneración institucional y social invitan a una urgente y reflexiva acción cívica.