“El 28 de julio del 2026 entregaremos un Perú más seguro del que recibimos en diciembre del año 2022”, declaró recientemente la presidenta Dina Boluarte. La frase, más que una promesa de gestión, es una muestra de la desconexión con la realidad que caracteriza a este gobierno. ¿Recibió Boluarte el país en 2022? Que se sepa, tanto ella como Pedro Castillo asumieron el poder en 2021. Y no hay que olvidar que Boluarte fue vicepresidenta y ministra de Estado desde el inicio de ese gobierno. Pretender que su historia política comenzó en diciembre del 2022 es simplemente reescribir los hechos a conveniencia.
Este intento de evasión no es nuevo. Es, lamentablemente, un patrón: desligarse de responsabilidades, evitar la autocrítica y apostar por una retórica que no se sostiene en hechos ni en resultados. La presidenta parece convencida de que sus palabras tienen impacto, aunque no vengan acompañadas de planes reales ni acciones concretas. Se equivoca. Su nivel de credibilidad es prácticamente inexistente, y la percepción de la ciudadanía lo refleja sin ambigüedades. Según el Edelman Trust Barometer 2025, el Gobierno peruano es la institución menos confiable del país.
Frente a esta crisis de legitimidad, Boluarte apela a la demagogia y a discursos vacíos que solo alimentan la burla pública y los memes en redes sociales. En lugar de acercarse a una solución política, se aleja cada vez más de ella. Su estilo no construye, sino que erosiona lo poco que queda de confianza institucional.
Como bien decía el escritor José Miguel Oviedo, “un país subdesarrollado —es decir, sin instituciones verdaderas— no puede sino tener líderes políticos subdesarrollados”. Y eso es justamente lo que estamos viviendo. La ausencia de instituciones sólidas se traduce en una dirigencia política débil, ensimismada y, peor aún, desconectada del pueblo al que debería servir.
Estamos a menos de un año de las elecciones presidenciales. En breve, el ambiente político se llenará de promesas vacías, propuestas improvisadas y tensiones crecientes. Pero aún hay espacio para la esperanza: es momento de que surjan nuevos liderazgos. Líderes que no rehúyan la realidad, sino que la enfrenten con decisión. Que no vivan de frases hechas, sino de acciones concretas. Que comprendan que gobernar es, ante todo, servir y transformar para bien la vida de la gente.