A menos de tres meses de las elecciones generales del 11 de abril del 2021, cada vez se hace más evidente la debilidad de nuestra democracia, con partidos políticos débiles, sin verdadero ejercicio democrático y sin funcionamiento colectivo orgánico continuo.

Hay una creciente crisis a nivel mundial de la política y, en nuestro país, se ahonda por el diseño político constitucional que privilegia lo individual sobre el interés colectivo.

Estamos en la parte final del ciclo político iniciado con el autogolpe del 5 de abril de 1992 de Alberto Fujimori, que busco destruir todo lo colectivo como sindicatos, colegios profesionales y partidos políticos, para implementar un modelo basado en intereses individuales, bajo el supuesto de que la competencia individualista puede llegar a obtener soluciones a problemas colectivos.

El debilitamiento de la actividad estatal relajó los mecanismos de control, y el peso de la participación privada en las grandes obras de inversión pública generó espacios amplísimos de corrupción, tanto privada como estatal.

Lamentablemente, en la mayoría de partidos políticos las decisiones se toman por cúpulas, sobre la base de cálculos e intereses mezquinos. El diálogo y la democracia interna han sido sustituidos por la ausencia de comunicación con las bases y militantes partidarios. A pesar del requerimiento de comicios internos, las elecciones de las dirigencias y candidatos expresan la voluntad de quienes detentan el poder en las llamadas organizaciones políticas.

Para lograr administrar no solo la crisis actual, se necesita desarrollar un proceso de construcción de verdaderas organizaciones políticas, con ideario, propuestas, capacidad de diálogo y ejercicio colectivo y democráticos, entre otros requisitos. Sólo así avanzaremos en construir un Perú como un verdadero país democrático.