La naturaleza hoy desnuda nuevamente las fallas de un sistema que no cambia paradigmas en las últimas décadas; donde se marcan las diferencias sociales y la apatía estatal para empezar a nivelar las necesidades básicas de la gente con escasos recursos, así como para promover el crecimiento de un gran sector de la población que ante la falta de oportunidad, sobrevive a diario en su marginada condición. Las lluvias y huaicos hoy se llevan, además de las viviendas en las laderas de los cerros y quebradas, la esperanza, el trabajo, lo poco y el todo de aquellos desposeídos de nuestro país.
Quienes viven en 10 metros cuadrados, sin agua potable, sin televisor o refrigeradora, pues carecen de electricidad, sobrevivientes sin trabajo estable; los que cada mañana salen como parte del sector informal laboral de nuestro país a buscar el pan de cada día para su familia; viviendo hoy su pesadilla periódica, en un ambiente precario y carente de recursos, sobre el cual deben empezar nuevamente de cero para alcanzar lo poco que tenían. Además, como si no bastara, en ese duro camino deben brindar nuevamente un techo y cobijo a sus hijos; probablemente en otra zona insegura, la única donde pueden asentarse debido a su condición económica, hasta que el siguiente huaico o quebrada, repita la historia que hoy viven y que tristemente sus hijos repetirán en esa vida desafortunada. Mientras tanto, la politiquería peruana subsiste despreocupada para generar mejoras en el sistema educativo, o en la reestructuración de la infraestructura nacional para manejo de huaicos, quebradas y aguas provenientes de las lluvias o fenómenos naturales; hecho deleznable que envilece a los funcionarios públicos de nuestro país, quienes se alimentan de la corrupción, reprimiendo a los sectores más necesitados de nuestra nación con su perfidia e inacción.