La crisis educativa producida por la epidemia del Covid19 y la obligada migración del mundo escolar al medio virtual ha hecho visible no solo la brecha de acceso a las computadoras e Internet de las poblaciones más excluidas y vulnerables, sino también la segmentación general que existe en el universo educativo urbano, distrital, provincial y regional. Y más específicamente aún, las brechas que existen al interior de las aulas escolares, que a igualdad de nivel socioeconómico y cultural de los alumnos se produce una segmentación interna entre quienes se adaptan o no al modelo educativo y al mundo virtual.

Se vuelve imperioso desestandarizar la educación, aunque eso desespere a aquellos profesionales que viven de indicadores numéricos olvidan que detrás de cada número hay una persona. ¿Tiene sentido realmente pensar que los 8 millones de alumnos de la educación básica son iguales, vienen de similares condiciones de partida, aprenden igual, requieren los mismos estímulos, tiempos y enfoques para aprender, pueden ser evaluados de la misma manera para alcanzar un “perfil del egresado” que solo existe en la ficción de los diseñadores del currículo?

Bastaría preguntarle a un padre o madre de familia que tiene 3 hijos si todos son iguales, aprenden igual, se comportan, piensan, aprenden igual, les interesa lo mismo. Ahora multiplíquenlo por 3 millones. ¿Tiene sentido? Precisamente porque cada niño es único y distinto es que hay tal cantidad de fracasos escolares, el de todos aquellos que no responden al estándar arbitrario del escolar educado que alguien en el pasado puso como norte.