(Foto: Andina)
(Foto: Andina)

Tradicionalmente, se ha considerado que el empoderamiento de la mujer, mediante la educación y la independencia económica, es clave para erradicar la violencia contra la mujer. Aunque estos factores pueden contribuir a reducirla, es fundamental analizar las raíces de esta problemática de manera más profunda.

Las estadísticas muestran que la incidencia de violencia física, psicológica y sexual ejercida por la pareja es ligeramente menor entre mujeres con mayores niveles educativos y socioeconómicos. Sin embargo, esta reducción no es suficiente para contrarrestar la prevalencia general del problema.

Vaccaro y Mayorca (2023) identifican que, aunque el nivel educativo actúa como un factor protector, la participación de la mujer en el empleo remunerado puede incrementar el riesgo de sufrir violencia doméstica, un fenómeno conocido como el backlash effect. Además, otros factores clave que explican la prevalencia de la violencia doméstica incluyen haber experimentado violencia durante la infancia o haber presenciado violencia entre los padres, lo que refleja el carácter intergeneracional del ciclo de violencia.

Por otro lado, pertenecer a un hogar donde las decisiones sobre los gastos se toman de forma equitativa actúa como un factor protector, evidenciando la relación entre los roles de género y la violencia. Roles de género menos tradicionales y machistas están asociados con una menor incidencia de violencia de género.

En este contexto, las iniciativas que buscan romper estereotipos de género y actitudes machistas tienen un gran potencial para combatir la violencia contra la mujer. Estrategias como la “Línea Calma” y la “Escuela de Hombres al Cuidado” en Colombia son ejemplos prometedores de este enfoque transformador.

En Perú, la campaña “Hombres por la Igualdad” del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables sigue una línea similar, promoviendo la reflexión sobre la masculinidad tradicional y fomentando la participación de los hombres en la prevención de la violencia de género, al tiempo que impulsa relaciones basadas en el respeto y la equidad.

Estas estrategias deberían incluir también la participación de mujeres y ser implementadas desde edades tempranas en los colegios, cuando los niños están formando sus concepciones sobre roles sociales y género, con el objetivo de construir una ciudadanía más igualitaria y prevenir futuras conductas discriminatorias o violentas.

Son apuestas de mediano o hasta largo plazo, pues su éxito depende del cambio real en el paradigma tanto de hombres como de mujeres, pero no por ello deberíamos desalentarnos.