Ayer ha sido el “Día Internacional del Amigo”. La amistad es una relación afectiva intensa y especial y en permanente construcción entre dos o más personas. Cuanto más estrecha más recíproca. Es verdad que hay amistad de grupo, pero la más profunda es la de dos, porque los sentimientos se entrelazan con frenesí dando paso a la intimidad mutuamente querida que es el mejor camino para llegar a la amistad profunda como recuerda el papa Francisco. La de grupo también lo es, pero por su natural dispersión se vuelve formal y llena de gratos cumplidos y en la que es normal que las relaciones sean de intensidades distintas, y los amigos en verdad terminan siendo verdaderos grandes conocidos, que es distinto. Hay amigos especiales o favoritos y eso no debería apenar ni sorprender a nadie. Jesús amó a todos sus apóstoles, pero prefirió a Pedro y a Juan. No existe la amistad perpetua, pero es legítimo el camino persiguiéndola y por eso debe ser a cada momento afirmada con palabras y con gestos, porque ambas serán parte de la cosecha. Es verdad, entonces, que la amistad puede acabar y casi siempre por el desencanto o la traición. Nada más bajo que la condición humana del arribismo y de la negación de los amigos. El primero es peligrosísimo y el segundo, cobarde y despreciable. Nadie debe ser amigo por cumplido, es mejor no serlo. El amigo dice muchas veces lo que molesta o incomoda, pero lo dice por la felicidad y éxito del otro. La amistad es un don, por lo que hay quienes sin esfuerzo son virtuosos en profesarla, pero también están a los que les cuesta. Los amigos pueden terminar como enemigos y para que así no sea será bueno que oren uno por el otro.

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