Ha dicho muy bien el presidente Sagasti que un cambio de la Constitución Política de 1993 no será una prioridad de su gobierno, y que podría abordarlo el Congreso de la República del período 2021-2026. No creo que siquiera deba evaluarse una nueva Carta Magna pues la de 1993 -con 7 primeros años de fujimorismo y 20 de democracia-, que recoge prácticamente a la Constitución de 1979, sancionada por la Asamblea Constituyente que presidió Víctor Raúl Haya de la Torre, uno de los dos más grandes pensadores políticos que tuvimos en el siglo XX -el otro fue José Carlos Mariátegui-, nos permitido despegar económicamente.

Lo que sí podría explorarse son más reformas constitucionales, que es distinto. Reitero que los peruanos somos esencialmente reactivos -actuamos por acto reflejo- y eso debe cambiar. La reciente experiencia chilena de vivir un año de protestas que concluyeron con un reciente plebiscito, no es equiparable a nuestra realidad.

La Constitución chilena de 1980 fue dada por un régimen dictatorial que sacó del poder al gobierno democrático del izquierdista Salvador Allende y desde su génesis tuvo una fractura política y social insalvable. Pero no solo eso. La Constitución del militarismo chileno fue la partera de las grandes desigualdades sociales en nuestro vecino del sur al propugnar una veneración extremis a la economía pura de mercado que se constituyó en una bomba de tiempo con los años, exacerbada comprensiblemente por la violación de derechos humanos de incontrastable evidencia, fracturando aún más al país.

En cambio, la Constitución del Perú de 1993 fue redactada por un Congreso Constituyente al que todos los peruanos fuimos a votar a sus representantes -el APRA decidió no participar-, luego de que el año anterior Fujimori -como he referido en mi libro “ALBERTO FUJIMORI: EL HOMBRE SIN (RE) CAMBIO”-, dio “un evidente golpe de Estado desde el propio Estado...un completo quebrantamiento del Estado de Derecho en el país, calificable como autogolpe de Estado” (Edición: Correo, 2018, p. 55) y consagró como modelo una economía social de mercado de la que nadie se ha quejado. Allí está la diferencia. ¡Cuidado, cuidemos nuestro futuro!.