No estoy de acuerdo con quienes consideran que la presidenta Dina Boluarte no debe incrementar su sueldo y debe resignarse al populismo barato de recibir una remuneración como si de una funcionaria de mando medio se tratara. Es cierto que la institución presidencial ha sido degradada por impresentables como Pedro Castillo pero el proceso de restablecer la dignidad de esa encargatura, la majestad de esa función y colocarla delante de las jerarquías del Estado, debe empezar ya.
Argumentos como la ineficacia o la ineptitud con la que la presidenta Boluarte enfrenta los principales problemas del país no es un argumento válido para el caso, pues, de lo que aquí se trata, es de equiparar la magnanimidad de una responsabilidad con el correlato económico que merece.
Hay inequidades escalofriantes. No puede ser, por ejemplo, que un presidente -sea quien fuere-, con una carga laboral incuestionable y una función superlativa en la dirección del país gane 16,000 soles y que Yessenia Lozano Millones, jefa del Centro de Modalidades Formativas del Congreso, se embolsique más de 19,000 soles con una labor de dudosa.
¿Que es una presidenta sin legitimidad? ¿Que su aprobación es ínfima? ¿Que tiene una incompetencia sideral? Todas son argumentaciones políticas y que buscan desvirtuar las verdaderas consideraciones a tener en cuenta: Majestad y responsabilidad sobre el cargo.
Entre Uruguay (con 22,000 dólares), el país con el mayor sueldo presidencial de América Latina, y Bolivia (con 3,000 dólares), el más ínfimo, hay también un mensaje que parece mostrar la proporcionalidad de esos sueldos con el desarrollo humano y las políticas públicas emprendidas en esos países. El populismo barato puede salir muy caro.