No soy político, tampoco periodista y mucho menos empresario, y también estoy en la lista de personas rastreadas por la Dirección Nacional de Inteligencia (Dini). Soy un académico que opina sobre política internacional y que viene criticando la gestión del canciller de turno como la de sus antecesores por sus errores en la ejecución de la política exterior. Los operadores de la Dini, por la dimensión del oprobio, inmediatamente han sido destituidos; sin embargo, no se crea que los peruanos vamos a aceptar que la pita se corte solo por el lado más débil. No. Nada se hace sin órdenes del poder político y esta es la razón sustantiva por la que imperativamente debe señalarse al responsable político, de lo contrario lamentablemente todo se vendrá abajo. Violentar el derecho a la intimidad de los peruanos por el solo hecho de pensar distinto al poder político, convirtiéndonos increíblemente en una amenaza a la seguridad nacional, es un escándalo de proporciones insospechadas e intolerables. La moral nacional ha sido vejada por el mismo poder político autoproclamando su propia vacancia. ¿Quién pudo instruir un seguimiento de mi persona? Por supuesto que no fue el jefe del Instituto Peruano del Deporte. En el pasado fui intimidado queriéndome silenciar, pero no lo consiguieron, pues arengado por los viejos y prístinos embajadores de Torre Tagle, incontenible y lleno de convicciones, viajé por todos los rincones del país exponiendo la necesidad de que el Perú demandara a Chile ante la Corte de La Haya porque no había agallas para hacerlo. Nos quejamos de los espías peruanos a favor de Chile cuando en realidad estos aprenden las malas artes del poder político como el hijo de las inconductas del padre. Hoy la mayor crisis del Estado es moral y los peruanos atropellados exigimos ser reparados en nuestro pudor nacional.

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