Los treinta partidos políticos inscritos hasta este momento para las próximas elecciones generales presentan programas similares, sumados a propuestas más radicales o modelos que hoy se revelan como tiranías. La fragmentación de las preferencias electorales en varias bancadas también es parte del problema, pues, en vez de dirigir el voto a tres o cuatro tendencias políticas diferenciadas, observamos entre los candidatos a varios aventureros, ya sea el “dueño del partido” o el “candidato ancla” capaz de generar un efecto arrastre que asegure una representación parlamentaria.
Las democracias representativas más eficientes operan con un parlamento bicameral y bipartidismo. El ejemplo constitucional anglosajón es contundente si lo comparamos con la realidad de España y Francia. La frase “a mayor representatividad, menor gobernabilidad” resulta oportuna para recordar que es más importante una oferta electoral compuesta por partidos que agrupen las tendencias preferentes del electorado, en lugar de un conjunto de “mini candidatos”, como los denomina el politólogo Carlos Meléndez, donde en campaña prolifera el “qué hacer” pero está ausente el “cómo hacerlo”, la pregunta que la política debe responder.
El problema se agrava cuando caemos en cuenta que la reforma electoral que causó esta situación apunta más a una seudo asamblea parlamentaria, compuesta por intereses individuales y corporativos con cuotas de poder, donde el precio a cualquier acuerdo de votación sobre una ley demandará la aprobación de otras normas que representen un retroceso respecto a lo avanzado en legislaturas anteriores en materia de educación, pensiones de jubilación e inversión minera. En una frase: “divide y vencerás”.