Lo que ha sucedido en el Perú es trágico e histórico. Miles de nuestros compatriotas han sucumbido al COVID y todos, Estado y sociedad, nos hemos visto impotentes ante la desesperación de amplias capas de nuestra sociedad. En medio de tanta oscuridad y cuarentena, el Perú ha dado muestras de solidaridad y entrega, de sacrificio, incluso de grandeza de ánimo y espíritu. Pienso en los médicos, las enfermeras, los policías, los militares, los empleados, todos los que han puesto el pecho frente a la oscuridad, luces en el firmamento de la desesperanza, esperanza para el pueblo del Perú.

En tal sentido, no podemos olvidar el enorme trabajo de los profesores de nuestra patria. Sin descanso, en un entorno difícil y a menudo novedoso, con innovación, imaginación y audacia, los maestros se han enfrentado a un contexto apocalíptico y todo por sus alumnos, por el enorme cariño que profesan a sus discípulos.

El maestro peruano ha sido uno de los grandes sacrificados de esta pandemia y por eso es esencial que el Estado apoye su labor reconociendo que la reconstrucción nacional que se impone debe fundarse en la educación.

En efecto, sin educación de calidad jamás saldremos adelante. Francisco García Calderón, un liberal del novecientos, decía que el Perú solo se salvará “bajo el polvo de una biblioteca”. Ahora más bien tendríamos que hablar de la educación virtual y las nuevas tecnologías, de la globalización, de la investigación aplicada y de la reforma del profesorado. El nuevo Perú surgirá de la educación y este punto el Estado lo debe entender, hacer suyo y promover. Sin educación no habrá regeneración.