En el Perú, manejar o simplemente caminar por la ciudad se ha convertido en un ejercicio de supervivencia, y el respetar las normas de tránsito prácticamente se ha vuelto un acto de rebeldía. No es casualidad: en 2023, más de 125 mil accidentes de tránsito dejaron miles de heridos y más de 3 mil muertos. Y en casi 8 de cada 10 casos, el responsable fue el ser humano, no la máquina. Vivimos entre bocinazos, giros indebidos, peatones cruzando sin mirar, buses que paran donde quieren y motos que se cuelan por donde pueden. ¿De verdad nos sorprende el caos?

No se trata solo de endurecer sanciones. Se trata de formar desde temprano una cultura distinta. Por eso, urge incorporar la educación vial como curso obligatorio en todos los colegios del país. No como una charla de vez en cuando, sino como parte estructural del aprendizaje, al mismo nivel que matemática o comunicación.

En países como España o Colombia, los niños aprenden desde la primaria a leer señales de tránsito, a respetar el paso peatonal, a entender que la calle se comparte. En Japón, los escolares aprenden a reconocer señales, cruzar calles de forma segura y entender el rol de peatones y conductores. ¿Por qué aquí no?

Buena parte del tráfico que nos consume a diario no se debe a la cantidad de autos, sino a la falta de respeto a las reglas. Cada giro prohibido, cada conductor que bloquea una intersección, cada escolar que cruza distraído, suma al embotellamiento. El problema no es solo vial, es educativo.

Cambiar esta realidad tomará años. Pero ese cambio empieza en las aulas. Porque un país que enseña a respetar desde niño, no necesita tanto control cuando crece. Ordenar el tránsito empieza por educar. Y educar en movilidad es también educar en ciudadanía.