Estados Unidos y Cuba continúan dando muestras de su firme propósito en mostrar al mundo una relación bilateral innovada y llena de expectativas. Desde ayer se cuenta con embajadas en Washington y La Habana y eso ya es trascendente. Pero ¿qué significa la reapertura de las referidas misiones diplomáticas? Pues técnicamente debe entenderse que ambos países han restablecido su relación bilateral en el más alto nivel. Desde hoy, dejando atrás la larga etapa de una vinculación severamente fracturada, se han elevado para sostenerse sincerados y tolerantes y superar los estragos que los dividía. Con las embajadas en funcionamiento ya no es correcto ni viable mantener políticas detrás del telón. Una misión diplomática, conforme la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961, es la representación de un Estado en otro gozando de los privilegios e inmunidades de que están investidos los miembros de la embajada y donde la sede de la misión diplomática tiene el carácter de inviolable. Esas consideraciones consagradas en la referida Convención tienen su explicación histórica en la Paz de Westfalia de 1648 que puso fin a la Guerra de los Treinta Años en Europa. Pero no se crea que con el acto de ayer ha culminado todo el proceso de firmes vinculaciones entre Estados Unidos y Cuba. No. Más bien ahora el camino se ha afirmado en su proceso facilitador para que sus gobiernos puedan abordar, siempre en el más alto nivel, los asuntos pendientes, como el levantamiento del embargo que pesa sobre La Habana desde hace mas de medio siglo y el cumplimiento de una cartilla de acciones sobre el respeto de los derechos humanos en la isla que tanto le preocupa a Washington. Nada será fácil, pero no cabe duda que si miramos hacia atrás, hace pocos meses, solamente pensarlo era insostenible