Tras los sucesos de racismo en Estados Unidos, que mostraron su pico más alto de insostenibilidad esta semana con la matanza en la ciudad de Charleston, en Carolina del Sur, en las últimas horas se ha venido produciendo una reacción de rechazo a la antigua bandera de la Confederación de los Estados del Sur, reconocidos por su vocación esclavista y que sigue ondeando en el Capitolio en la ciudad de Columbia.

Uno puede mirar por tres horas el famoso largometraje “Lo que el viento se llevó” -basado en la novela de Margaret Mitchell- y podrá comprender cómo se desenvuelve una historia de amor teniendo por marco la Guerra Civil que sacudió a ese país entre 1861 y 1866. En esa ocasión fueron los rebeldes confederados racistas los que se enfrentaron a los Estados unionistas en un país que estaba en pleno proceso de afirmaciones nacionales y donde se había vuelto un credo la doctrina del Destino Manifiesto que cobró vida y dio aliento a las primeras sociedades del nuevo país en su proceso de afirmación desde que las Trece Colonias lograron su independencia en 1776 con George Washington a la cabeza.

El presidente Barack Obama ha dicho recientemente que el racismo es un asunto que está presente en el país y que violenta la vocación de integración nacional. Los esfuerzos de algunos presidentes, casi contados con los dedos, como sucedió con Abraham Lincoln o John F. Kennedy, que asumieron el tema del racismo contra los negros como un asunto complejo y lo abordaron frontalmente.

Las retóricas contra el racismo han continuado tanto como las afirmaciones de que la existencia del racismo contra la población negra es una realidad. Lo más grave es que no hay nadie que lo pueda abordar transversalmente, ni siquiera el presidente del país donde convergen todas las sangres, que es negro.