Joe Biden, candidato demócrata para las elecciones presidenciales del mes de noviembre, acaba de tener un segundo tropiezo -el primero fue una acusación de agresión sexual-, en sus aspiraciones. Por decir que los afroamericanos que prefieren a Donald Trump “no son negros”, ha caído políticamente. Olvidó que fue vicepresidente de los EE.UU. durante el mandato de Barack Obama, el primer negro que llegó a la Casa Blanca en la historia del país. Pero hay que mirar con más detalle el tema. La denominada “gran nación americana” que se hizo del liderazgo planetario, gracias a su visión prospectiva del mundo, logró ese lugar por constituirse en el país de todas las sangres (328,2 millones de habs.), como se han encargado de pregonar a los cuatro vientos sus mentores y pensadores políticos a través de los 244 años de vida nacional; sin embargo, EE.UU. es un país racialmente fracturado, como también América Latina, y por supuesto, el Perú. Es la verdad. Los negros no dominaron durante la edad de los metales, en que la fuerza se alzó como la base del dominio social por los blancos. Excluidos, fueron convertidos en esclavos, constituyéndose en soporte y palanca de la economía de los pueblos. El iusnaturalismo del siglo XVIII, que pregonó que todos los hombres somos iguales, atenuó el sojuzgamiento de los negros, y la difusión de los derechos humanos, con los años, los liberó de esa vil cadena. Más allá del espaldarazo que por descontado le dará Obama, Biden tendrá que hilar muy fino para recuperarlos: representan 13% de la población total. Mientras tanto, Trump, ansioso por acortar distancias, aprovechará para estrujarlo con todo.