El territorio más septentrional de América -Alaska- con un área de 1,518,800 km2, fue comprado por EE.UU. a Rusia el 30 de marzo de 1867 -gobernaba el Perú Mariano Ignacio Prado-. Es probable que mirando la política internacional contemporánea, seguramente Moscú debe estar lamentando haberse deshecho de un territorio que en el siglo XIX no tenía ninguna relevancia geopolítica para Rusia; sin embargo, para Washington sí, y fue gracias a William H. Seward, secretario de Estado durante el mandato de Andrew Johnson (1865-1869), que asumió la presidencia luego del asesinato del presidente Abraham Lincoln, en que se pudo concretar la aspiración estadounidense teniendo como precio final de venta los 7,2 millones de dólares.

Pero ¿Qué llevaría a Rusia a decidir su renuncia soberana para siempre de Alaska?. La situación del imperio ruso realmente no era la mejor y contar con ingresos en las deficitarias arcas del Estado llegaba bien, más aún cuando se temía de que podían perder Alaska hasta por conflictos que no podían siquiera enfrentar por el colapso financiero del país; sin embargo, había una razón más poderosa: el zar Alejandro II no estaba dispuesto a que dicho territorio prácticamente deshabitado -hoy cuenta con 722,000 habitantes-, cayera en manos de Inglaterra, en esa época el indiscutido hegemón del mundo que venía maravillando a la sociedad internacional con la Segunda Revolución Industrial -Europa continental seguía bajo la gobernanza de un sistema dominantemente rural-, que encarnó la propia monarca, Victoria, a cuyo reinado de 61 años, fue ampliamente conocido como la Era Victoriana.

Contrariamente, para Rusia la óptima relación con EE.UU., habiendo apoyado a la Unión durante la Guerra de Secesión o Guerra Civil, creaba un mejor contexto para decidirse por Washington. Pero la adquisición por EE.UU. no contó con el aplauso unánime de su clase política. Hubo una fuerte oposición llegando a considerar la compra como un acto descabellado llamando a la gestión como “la locura de Seward” o “el parque de los osos polares de Andrew Johnson- en alusión al presidente. La visión y audacia de los gobernantes de EE.UU., sin que les tiemble la mano, permitió la transferencia formal de Alaska el 18 de octubre de ese año.