El reciente caso de racismo en EE.UU. ha desencadenado una ola de protestas en todo el país y que ya no solo se circunscribe a las injusticias que se cometen contra los negros desde hace muchísimos años.

Lo que ha pasado es que el asesinato de un ciudadano negro por un policía blanco, ha desnudado la ira colectiva contenida de grandes sectores que permanecían reprimidos y de paso, los más impactados por la pandemia.

La sociedad estadounidense, profundamente fracturada, parece haber estado viviendo en una burbuja, pregonando a los cuatros vientos la igualdad y la libertad, valores emblemáticos con los que EE.UU. se mostró al mundo entero como el abanderado de la moral internacional, haciendo de dichos valores las reglas de la vida nacional e internacional.

Está claro que el sentimiento colectivo estadounidense sigue flagelado. En lo que va del siglo XXI, primero lo fue por el ataque de Al Qaeda en setiembre de 2001, y ahora por la pandemia del COVID-19. Toda la carga de la frustración del país más poderoso de la Tierra, la está llevando en sus hombros Donald Trump, que, además, se pelee con medio mundo, pero también, que no sucumbe y muestra el carácter que todo presidente debe siempre tener como su mejor y mayor carta ante la ciudadanía.

Por esa razón ha sacado a los militares en Columbia, donde sí está autorizado, y ha advertido a los gobernadores de los demás Estados que comprenden al país, de que si no sacan a las calles a la Guardia Nacional, él mismo lo hará. Trump deberá ser muy cauto para superar los estragos de una sociedad desilusionada y muy golpeada por tantos sobresaltos en poco tiempo.