No hay mejor forma de dinamitar un indulto justificado que haciendo lo que hace Alberto Fujimori. La necedad de solicitar que se le pague una pensión vitalicia es de una torpeza monumental y que hace difícil pensar que una decisión de este tipo haya sido autorizada o analizada bajo la lupa política del fujimorismo o del partido Fuerza Popular. Hemos dicho aquí que la gestión del expresidente tiene una serie de activos valiosos, sobre todo en el ámbito económico, y sus aportes se mantienen hasta hoy. En muchos casos, ha sido la estructura que ha impedido el colapso orgánico del país o que este se vea arrastrado por el apetito populista de los gobiernos de izquierda. Pero los pasivos de Fujimori padre son también deplorables y hasta con una mirada complaciente su pedido genera indignación. Lo que Fujimori está haciendo, hace rato, con su incursión en las redes sociales, la defensa pública de su régimen o las declaraciones a medios de comunicación no solo es demoler cualquier opción electoral a la que pueda aspirar el apellido para el 2026 sino mostrarle a sus hijos que tiene una vida política propia,que es independiente en sus decisiones y que no ha dejado el penal de la Diroes para pasar sus últimos días de vida viendo crecer a sus nietos. Lo contraproducente de este desborde, alimentado no se sabe por quién, es que incluso pone en peligro el indulto tan difícilmente conseguido. El delicado caso Pativilca aún está vigente y tiene a la Corte-IDH siempre como una espada de Damocles dispuesta a caerle sobre el pescuezo de su libertad siempre precaria. Si los Fujimori no logran contener al líder fundador convertido en un caballo desbocado que cabalga solo y sin riendas, no se admiren si otra vez, en un final de fotografía, vuelven a perder por una nariz.

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