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Escribir sencillo, clarito, directo al corazón, solo es privilegio de grandes, como lo es también que a través de la música se llegue sin escalas al alma del pueblo y que de allí no salga jamás. Juan Gabriel fue uno de estos privilegiados, por eso es que su repentina muerte hace una semana conmocionó a millones en México y Latinoamérica, que sintieron su fallecimiento como el de un miembro más de la familia, aquel que los acompañó con sus canciones, esas que se convirtieron, sin quererlo, en la banda sonora de muchas vidas. Pero la trascendencia del cantante y compositor mexicano va más allá de pasar a la historia como un exitoso escritor de canciones, intérprete desgarrado y gran vendedor de discos. Fue el símbolo de un pueblo que vio en él a uno de sus hijos, nacido en la pobreza, abandonado por la madre, con un ingreso a la cárcel y que tras pasar mil y un penurias logró el éxito merecido. Una historia de triunfo, con la que se identifica cualquier latinoamericano al que se le niega todo y a pesar de eso sale adelante, vence. Eso gusta, emociona, motiva.

Juan Gabriel, además, y eso lo han señalado muchos intelectuales, tuvo la hombría de plantarse en un escenario tal como era, no como querían que fuera. En un México homófobo, machista, discriminador, como en la gran mayoría de nuestros países, se vistió de brillos y se adueñó de un género musical asociado al clásico macho mexicano y le dio un nuevo aire y, sobre todo, lo humanizó. Logró tras su concierto en 1990 en el Palacio de Bellas Artes, reservado solo para el género “culto”, romper esquemas y llevar el canto del pueblo a escenarios hasta ese momento intocables. No fue fácil; encontró mucha resistencia, pero lo hizo. Fue allí, en Bellas Artes, cuando muchos de los que negaban escucharlo lo admitieron sin prejuicios, porque el pueblo nunca lo había ninguneado, era ídolo desde hace mucho. El llamado “Divo de Juárez” nunca lo fue. En los últimos años de su carrera quiso compartir lo suyo con intérpretes de todos los géneros, a quienes convocó para grabar duetos, y no había nadie que le dijera no. Y eso también es otro mérito de Juan Gabriel, a quien reconocen su trascendencia en la música todos, sin excepción. Merecido tiene su lugar en el Olimpo de los íconos mexicanos, como Pedro Infante, Jorge Negrete, María Félix. Juan Gabriel es tan grande como ellos.

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