Queda un año. Un año no para sobrevivir, sino para corregir el rumbo, consolidar avances posibles y preparar un país que merezca elegir con esperanza. No es tiempo de balances ni de reproches. Es tiempo de decisiones.

El mundo observa al Perú con renovado interés. En un contexto internacional de tensiones logísticas, transformación energética y relocalización de inversiones, somos más que una geografía estratégica: somos una posibilidad concreta. Pero para convertir esa oportunidad en prosperidad compartida, debemos ordenar la casa y mostrar rumbo claro.

Urge atender lo básico. Agua potable, salud primaria, escuelas dignas, seguridad ciudadana y transporte eficiente no pueden seguir siendo promesas aplazadas. Son derechos fundamentales. Son también condiciones habilitantes para que el país avance con cohesión, productividad y equidad.

La minería ilegal no es solo un problema ambiental. Es una amenaza a nuestra institucionalidad, a las finanzas públicas, al orden territorial y a la vida misma en zonas abandonadas. Se requiere una estrategia nacional firme pero inteligente, que combine intervención del Estado, inclusión productiva, inversión en desarrollo alternativo y sanción ejemplar a redes ilegales.

Y si algo no puede fallar en este año que nos queda, es el proceso electoral. Que nadie dude del árbitro, ni de las reglas. Que la transparencia, la neutralidad y la participación libre sean los pilares del próximo capítulo democrático. Un país que se respeta a sí mismo garantiza elecciones limpias, pacíficas y legítimas.

Tenemos doce meses por delante. Si los usamos bien, pueden marcar la diferencia entre una transición incierta y un nuevo comienzo. Que este año final sea recordado no por lo que faltó, sino por lo que supimos hacer a tiempo.