Pedro Castillo Terrones jamás tuvo mérito alguno para llegar a Palacio de Gobierno y aquí lo hemos dicho, una y otra vez, en otro lenguaje. El autodenominado “profesor de escuela rural” simplemente es una nulidad total y las pruebas están al canto. Su presencia en el poder volvió más chata a la política y refrendó la premisa de que la izquierda no es otra cosa que piedras en el camino.

Bajo el mismo concepto, el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, siempre lúcido, acaba de poner el punto sobre las íes en declaraciones a El Comercio: “Los peruanos han tenido una visión de lo que puede ocurrir cuando se elige mal”. Nunca mejor dicho. El país se ha estancado por la contaminación belicosa segregada por este discípulo de la mediocridad y el delito que felizmente ya está preso.

Tan rajado dejó Pedro Castillo al Perú que ahora cualquier hijo de vecino mete las narices en nuestras urgencias internas o se gasta alguna crítica. Ahí tenemos al mexicano Andrés Manuel López Obrador, su alcahuete confeso, y al colombiano Gustavo Petro, que ha lanzado epítetos ofensivos contra la gloriosa Policía Nacional. El Congreso -al fin se hizo una- lo declaró persona non grata, como no podía ser de otra manera.

El pueblo, entonces, le debe una reivindicación electoral a esta patria bendita que nos vio nacer porque no podemos seguir equivocándonos tanto en las ánforas. Tarde o temprano volveremos a elegir a un nuevo mandatario y se impone un mea culpa efectivo poniéndole la banda presidencial a un peruano o peruana con neuronas y las uñas cortadas. No más ineptos o cabecillas de organizaciones criminales. ¿O es mucho pedir?

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