Hoy, observé a tres niños de entre 8 y 13 años saliendo de un edificio y, a trompicones, emprender la subida al auto que los esperaba afuera. El más pequeño, sorteando a los más grandes, se instaló de un salto en el asiento ubicado junto al conductor. Los más grandes, irritados, abrieron la puerta y lo jalonearon sin éxito para tratar de sacarlo y ocupar ese mismo lugar, debiendo sentarse con poca resignación, en los asientos de atrás. Esta escena me hizo recordar cuando en mi infancia mi madre nos llevaba en el auto, a mis hermanos y a mí. Aquel que “cantaba” “yo adelante” era el privilegiado que podía sentarse en el mágico asiento delantero, el espacio de autoridad, junto a mi mama.

Hoy, me pregunté también con curiosidad si es realmente el asiento delantero el asiento del poder. Las personas “importantes”, las de mayor “rango”, y sobre todos aquellas que tienen chofer, no van precisamente adelante, sino en el asiento de atrás. Max Weber sostenía que existe una sutil diferencia entre el poder y la autoridad; para él el poder era la probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera fuera el fundamento de tal probabilidad. “Autoridad” denota entonces el derecho que se otorga a las personas, a través del cual se dan ordenes dentro de una posición jerárquica. “Poder” denota la facultad de imponer. Y aunque ambas parecen sinónimas, no lo son. Lo cierto es que el poder solo es realmente efectivo si incluye el comportamiento de los gobernados. El no incluir este consentimiento denota que el individuo tiene autoridad, pero no poder. El poder en su concepto más tradicional se relaciona con fuerza, coerción, imposición, amenaza o sanción, frente al nuevo paradigma que lo relaciona con el estímulo, el ejemplo, la influencia, la persuasión y la transición antes que la imposición. Mientras la autoridad posee alguna forma de “investidura”, de ejercicio legítimo de mando, el poder es una ilusión transitoria, un atajo que conlleva la oportunidad de que algo ocurra o no. Por ello, el solo hecho de pelear por ocupar el “asiento delantero” del auto, denota este afán de muchos de ostentar aquello que pocos saben cómo definir y que pocos son capaces de alcanzar: el poder.