La actividad política tradicional se articula mediante el diálogo, el acercamiento entre grupos parlamentarios y la disposición a ceder posiciones con el fin de avanzar la agenda parlamentaria. Un proceso que se refleja en acciones como la aprobación del presupuesto, la fiscalización al gobierno, el nombramiento de altos funcionarios, la ratificación de tratados, el control de decretos legislativos y de urgencia, la extensión de estados de sitio, la aprobación de reformas constitucionales en dos legislaturas ordinarias sucesivas, etcétera. Si bien el contenido del diálogo político varía según el contexto, su propósito debe ser la búsqueda del bien común.
El bien común se entiende como el conjunto de condiciones que permiten a todos los miembros de una sociedad alcanzar su pleno desarrollo en equidad. Comprende valores, recursos y principios compartidos —como la educación, la salud, la justicia y el medio ambiente— que benefician a todos sin excluir a nadie. A diferencia de los intereses individuales, el bien común requiere cooperación, responsabilidad y respeto por normas que favorezcan la convivencia y el bienestar general.
Desde la filosofía clásica hasta la política moderna, el bien común ha sido considerado un objetivo esencial de la vida en sociedad. Su promoción demanda armonizar los derechos personales con las necesidades del conjunto social, evitando que los privilegios de unos pocos se impongan a los demás. Una comunidad política que no se orienta al bien común tiende a fragmentarse en intereses individuales produciendo mayor desigualdad, conflicto y desconfianza. Por eso, su permanente búsqueda resulta indispensable para construir una sociedad democrática y sostenible.