El viernes por la noche, cuando comenzó a correr por las redacciones de los medios y las redes sociales el rumor de que habría cambios ministeriales, se daba por descontado que uno de los salientes sería Julio Demartini, el hasta ese día responsable de la cartera de Desarrollo e Inclusión Social, quien hace tiempo debió renunciar, ser echado o ser censurado por el Congreso aliado, ante el escándalo de la comida no apta para el consumo humano entregada a los niños beneficiarios del programa Qali Warma.

La lógica decía que el siguiente de la lista era el ministro del Interior, Juan José Santiváñez, no solo por su incompetencia para hacer frente a la criminalidad desbordada, sino también por estar metido en más de un escándalo como el generado por los audios lanzados a la fama por el capitán PNP Junior Izquierdo, conocido como “Culebra”, los cuales comprometen a la propia presidenta Dina Boluarte. El funcionario dice que esas grabaciones han sido editadas y manipuladas, pero no hay peritaje que lo demuestre.

Sin embargo, la presidenta Boluarte, más allá de todo sentido común, ha preferido dejar en el gabinete al ministro más cuestionado de todo su equipo, el que dijo que se iría a su casa si sus medidas contra la inseguridad dispuestas por su gestión, fracasaban. Bueno, allí están las cifras oficiales, pero al caballero nadie lo mueve. Ojo, no hay nada personal contra Santiváñez, quien inicialmente parecía un buen cuadro para el sector, lejos del perfil característico del policía retirado de alta rotación que tan malos resultados ha traído.

Frente al problema más grande que atraviesa el país como es el de la inseguridad ciudadana, se necesita un ministro del Interior que genere confianza, algo que se pierde hasta con sus patinadas como las del falso cabecilla terrorista del VRAEM y la de un sereno confundido con un delincuente; y que no ande metido en problemas como los generados por “Culebra”, que lo llevan a estar más preocupado en su supervivencia, que en la gestión que le debe a los ciudadanos.

La mandataria tuvo una excelente oportunidad para cambiar a su ministro del Interior y dar un giro en la gestión contra el sicariato, el robo y la extorsión con explosivos que está haciendo agua por todos lados. Al mismo tiempo pudo dar una señal, al menos una, de que la gente dudosa no tiene espacio en un gobierno que por la estabilidad del país tendría que llegar hasta julio del 2026, pero que con sus actos y terquedades parece esforzarse por naufragar en el intento.