Watergate fue el escándalo político que, en agosto de 1974, culminó con la dimisión del presidente estadounidense Richard Nixon. Watergate abarcó muchas actividades ilegales y múltiples abusos de poder. Tantos como los que hoy vivimos en el Perú entre la crisis, la corrupción, la incapacidad y el desgobierno, pero llegó un punto en que el rechazo se tornó en repudio por algo éticamente inadmisible y políticamente inaceptable. Convivimos desde hace un año con la ineptitud, el cinismo, la demagogia y las falsedades de Castillo, pero ahora estamos ante la perversidad, la insensibilidad y la crueldad en un gesto tan innoble como la utilización y el maltrato a niños con cáncer y a padres que sufren un doloroso drama cotidiano. Perder un hijo es lo más grave para un ser humano, compartir la tortura de esa enfermedad convoca la mayor compasión. Aprovecharse de esa vulnerabilidad y montar un circo propagandístico con las víctimas es inicuo e inhumano. No es un error político es una acción deleznable absolutamente impropia de quien personifica a la nación. Pedro Castillo ha herido a la sociedad peruana y se ha descalificado moralmente para presidirla. Lo que se conocerá como el cáncer-gate es un extremo que el Perú no puede perdonar a quien hasta ahora es su presidente. Si esto no es incapacidad moral qué puede serlo, fraude, falsedad, insensibilidad, perversidad, ausencia total de ética y de liderazgo de un pueblo. El show de ayuda económica a decenas de niños con cáncer no resiste calificativos y la entrega del cheque de 4 mil 186 millones es la cereza de un pastel tóxico. Felizmente nos queda la integridad y la decencia de Gladys Echaíz y de Norma Yarrow. El hombre de Palacio debe irse, su conducta inmoral e inhumana no puede quedar impune.

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