La reciente afirmación de la presidenta Dina Boluarte sobre que “con diez soles se puede preparar sopa, segundo y postrecito” no es, como intentó justificar su vocero, una metáfora descontextualizada. Es un reflejo de la desconexión del Gobierno con la realidad que enfrenta la mayoría de los peruanos. Mientras que las metáforas pueden servir para describir situaciones de manera figurativa, en este caso, las palabras de la mandataria solo exacerban el malestar en un país golpeado por la pobreza y las desigualdades.
“Es una cachetada a la pobreza”, es una metáfora. “Ante la lluvia de críticas, Dina Boluarte siempre tiene el paraguas del vocero presidencial”, también lo es. “Al Gobierno le crecen los escándalos como a los muertos las uñas”, del mismo modo... No lo es lo afirmado por la mandataria.
El vocero presidencial, Fredy Hinojosa, salió a justificar lo injustificable, mostrando el cinismo de un gobierno que parece cada vez más incapaz de asumir responsabilidad por sus palabras y acciones. Alegar que fue “una metáfora” no solo insulta la inteligencia de los ciudadanos, sino que revela una estrategia comunicacional basada en minimizar los errores de la presidenta en lugar de abordarlos con seriedad.
Ya sabemos que la presidenta no es una persona de continuas reflexiones e ideas, más bien la caracteriza la celeridad para decir cosas vacuas y sin sentido. Los lugares comunes son cosa de todos los días en su discurso. Y como casi nunca comparece ante la prensa, no se le puede contradecir o por lo menos repreguntarle. Es allí que aparece en escena el vocero presidencial, cuyo trabajo exclusivo es que Dina Boluarte salga indemne de cualquier metida de pata.
Demasiadas tensiones acucian en estos momentos al Gobierno para que la mandataria agregue más. El problema es que ella no es consciente que su voz debe ser muy precisa y convincente. Y lo peor es que muchas veces se indigna, atropella y ataca a los medios como si en vez de dar una opinión, hubieran cometido una herejía, algo inaceptable en una democracia.
El país no necesita metáforas vacías ni explicaciones absurdas. Necesita hechos concretos y un discurso que refleje empatía, seriedad y compromiso con las necesidades de la gente.