Ya son muchos los que en el gobierno de Pedro Castillo se van “con la frente en alto”, vale decir dejan la alta función con dignidad y sin avergonzarse. Bien para ellos mal para el país. Porque son demasiados y en muy corto tiempo los que han pasado por el Congreso que fiscaliza al Ejecutivo. Y los que se ha visto con serios cuestionamientos por ausencia o escasez de criterio para sus nombramientos o por incapacidad propia. La constante es que se van dejando un vacío que el presidente se apresura a cubrir y lamentablemente no con los mejores. Estamos ante un círculo vicioso de inestabilidad política, de escándalo tras escándalo que hace daño. La economía se deteriora y la confianza se lesiona. Nuestro país presidencialista desde la denominada por Kelsen, “constitución histórica”, da al gobernante la dirección de la política general del Gobierno pero ésta debe someterse a los mecanismos de control propio de la división de poderes como la interpelación y la moción de censura, la cuestión de confianza, el voto de investidura y la estación de preguntas. Muchos hablan de un “presidencialismo parlamentarizado” o de gobierno semipresidencial pero el Ejecutivo debe tener en cuenta los reflectores del Legislativo. Castillo debe detener esta seguidilla de denuncias y renuncias que jalan hacia abajo a un gobierno que acaba de cumplir cien días y ya afronta una primera moción de vacancia por incapacidad “moral” permanente, cuya definición exacta no interesa mucho cuando las razones existen. De continuar con este ritmo de descalificaciones y de cuestionamientos, que al final se revelan certeros y obligan a la renuncia, el pronóstico del régimen es reservado. Le corresponde a Pedro Castillo evitar los problemas del amiguismo y la consigna partidaria, que llevan a malas decisiones, buscar la estabilidad y recurrir a los independientes que con más talento y capacidad pueden ayudarlo a gobernar.