La historia del matemático inglés Alan Turing (1912-1954) es tan apasionante como trágica. Auténtico precursor de la informática moderna, uno de sus trabajos más sobresalientes, geniales si se quiere, fue crear una máquina -similar a una computadora- para descifrar el encriptado código de comunicaciones de los nazis -denominado Enigma- durante la Segunda Guerra Mundial, lo que condujo a la derrota alemana.

Esta singular aventura es contada en la interesante coproducción anglo-estadounidense “El Código Enigma”, realizada por el noruego Morten Tyldum. La mayor parte del metraje está dedicado a ilustrar la minuciosa, ultra secreta labor de Turing (notablemente encarnado por Benedict Cumberbatch) y sus colegas, incidiendo en la cercana relación del matemático y su joven colaboradora Joan Clarke (la estupenda Keira Knightley).

Desde el comienzo queda claro que Turing posee una inteligencia superior. De ahí la actitud desafiante que muestra, por ejemplo, frente al comandante británico Denniston (Charles Dance) que lo evalúa. Luego mantiene una actitud distante con sus compañeros, pero consigue finalmente que el trabajo grupal mejore gracias a la presencia de Joan, quien logrará influir en él de manera positiva.

Joan sostendrá una relación de amistad muy profunda con Alan y en determinado momento se sentirá atraída hacia este como pareja, sin estar completamente segura de la opción sexual de Turing. La escena en que ambos ponen los puntos sobre la íes respecto a una probable unión conyugal resulta importante para los dos, pues marcará el comienzo de su separación y cada uno seguirá su camino tras la rendición germana.

EL PASADO Y EL PRESENTE. La estructura narrativa alterna el período de la guerra con diversas escenas de la adolescencia de Turing que, a modo de recuerdo, explican su personalidad introvertida y la atracción por su mismo sexo. Los saltos temporales también muestran el presente del hombre de ciencia: la investigación policial sobre un robo en su casa en los años 50. Asunto que derivará en su detención y condena judicial por prácticas homsexuales, y marcará el fin de su carrera y su existencia.

Tyldum intenta dar una visión lo más realista y humana posible de Turing, a través de una puesta en escena correcta y funcional, concentrada en describir prolijamente los acontecimientos más significativos de su vida. La intención de buscar una mayor complejidad dramática mediante el uso de una narración no lineal es un recurso admisible, aunque no aporta ningún destello especial de brillantez al relato.

Lo más resaltante es, sin ninguna duda, la memorable caracterización del británico Benedict Cumberbatch, quien consigue modular con notable precisión la genialidad y las debilidades de Alan Turing. A su lado, su compatriota Keira Knightley cumple una meritoria labor en el papel de Joan Clarke. Ambos destilan mucha química en las escenas que comparten. La recompensa de una nominación al Oscar para cada uno es justa.

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