Al final de la Ilíada –obra de interés indudable y universalmente atribuida a Homero–, en el canto XXIV, se produce el sublime encuentro entre Príamo y Aquiles. Como sabemos, el divino Aquiles, da muerte a Héctor, hijo de Príamo. Aquiles, encolerizado, lleva el cuerpo inerte de Héctor al campamento militar con la intención de que no se le realice honras fúnebres. En el fragor del combate y ante el visible triunfo, Aquiles le había advertido a Héctor que ¡los perros y las aves de rapiña destrozarían y devorarían su cuerpo! Enterado Príamo de la resolución de Aquiles y del posible despedazamiento del cadáver de su hijo, Príamo acude a la tienda de Aquiles, para solicitar el cuerpo insepulto de Héctor. Ambos narran sus infortunios, Príamo besa las manos del asesino de su hijo, Aquiles le mira con compasión y ambos lloran y se sostienen en la desdicha. Aquiles accede a la petición de Príamo y le permite llevarse el cadáver de Héctor. (Detengámonos en una reflexión que hace Aquiles y que representa el asunto de nuestro interés). “En las puertas del palacio de Zeus hay dos toneles de dones que el dios reparte: en el uno están los males, y en el otro, los bienes. Aquel a quien Zeus da mezclados, unas veces topa con la desdicha y otras con la buena ventura”. ¡Cómo no relacionarlo con el rumbo de nuestra patria! Son innumerables las alabanzas que recibe nuestra patria, pero las críticas, también se dan en idéntica proporción. De un tonel: La diversidad cultural y geográfica, riquezas naturales, y ciudadanos rectos y bienintencionados, pero del otro tonel: Una dirigencia política amorfa y sin rumbo, la agobiante corrupción y la mediocridad. En fin, ese es el contraste de nuestra patria.