Diez de julio, 1939, Edwald cumplió diecisiete años, luego, el uno de septiembre, la humanidad fue cubierta de horror por Hitler y los nazis. Adolescencia bañada en muerte, juventud perdida en campos de batalla.

Su padre, político conservador, militaba en la resistencia alemana, Edwald lo siguió. Participaron del atentado que, el 20 de julio de 1944, debía poner fin a la vida del dictador.

!Por Alemania¡ decían, encontrando fortaleza moral para asesinar al jefe del gobierno, dar golpe de Estado a los nazis y enfrentar a las SS. Qué los alentó. ¿Salvar la nación?, ¿un nuevo futuro?, ¿o tan solo la palabra libertad?.

Fallaron…, perseguidos, capturados, asesinados, colgados en ganchos de carne, huyeron; familias internadas en campos de concentración.

La guerra acabó. Edwald sobrevivió, cada latido sonaba a sufrimiento, aprendió,… entonces, vivió con más intensidad.

Con cuarenta años impulsó la Conferencia de Seguridad de Múnich que, desde 1963, reúne políticos, expertos en seguridad, defensa, relaciones internacionales, ambientalistas y defensores de los derechos humanos.

La guerra fría acabó. Millones de individuos lucharon por la libertad, acabaron con las dictaduras comunistas de Europa. A la Conferencia de Múnich llegaron representantes de países liberados del yugo implantado por Stalin. ¿Imaginan las emociones de Edwald, de su generación?, testigos del concierto europeo. Pero, paz y guerra, Roma dixit, son las dos caras de Jano, ¿debe ser así?.

La Conferencia se amplió con representantes de Brasil, China, India, países musulmanes; las presentaciones del liderazgo ruso, 2011, parecían signo de mejores tempos.

Edwald falleció el 2013, sin sufrir la violencia de las nuevas rivalidades hegemónicas; la Conferencia de Seguridad de Múnich pervive debatiendo e impulsando la cooperación, sin duda, discutir es una forma de acercarnos; en Sudamérica podríamos hacerlo más y mejor.