Por infringir la norma constitucional, por creer equivocadamente que era la encarnación de la voluntad popular, que había recibido el especial encargo de restaurar la pureza de la democracia, que interpretaba infaliblemente las demandas populares, que era el portador del espíritu revolucionario del pueblo, pero especialmente por creerle al perturbador de la paz interior, al emponzoñador serial y divisionista por excelencia Aníbal Torres, el expresidente Pedro Castillo, ahora debe responder ante la justicia por la ilegalidad de sus actos. Luego del inconcluso –pero verdadero e injustificable– y fallido golpe de Estado, el exmandatario Castillo, mencionó a través de Guido Bellido, bajo el refugio de una estrategia sin solidez y verosimilitud que, al momento de pronunciar el discurso de disolución del Congreso de la República y reorganización de los poderes del Estado, se hallaba bajo la influencia de un narcótico que habría entorpecido gravemente su entendimiento e impedido que obrara según las luces de su razón. ¡Todo era parte de un vulgar relato, el exjefe de la República en ese momento y hoy más que nunca, es un compañero inseparable de la mentira! Hace una semana, en el juicio oral, llevado a cabo en la Sala Penal Especial de la Corte Suprema de Justicia, Castillo decidió guiar sus argumentos bajo el principio fundamental de la cláusula de no autoincriminación. Además, sorprendió a la audiencia con su descargo: “En condición de presidente de la República secuestrado en el penal de Barbadillo, por las mafias que conducen al país”. La resolución de quebrantar el orden constitucional y alterar el sistema democrático, perseguirán incansablemente a Castillo. Su destino, estará marcado por la tragedia.