En el Congreso muchos critican a Juan Carlos Eguren, pero hasta ahora nadie ha pedido que sea desaforado. Yo sí lo haré. Sus gravísimas declaraciones “Las violaciones, y esto es lo terrible, que pueden ser un evento callejero, no generan embarazo. Es casi imposible que se produzca un embarazo después de una violación eventual, callejera, porque se produce un estado de estrés, un estado de shock en la persona donde obviamente en la mujer no hay ningún tipo de lubricación, etc.”, constituyen un flagrante ultraje que colisiona contra la Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer”, al establecer que dicha violencia “…es una ofensa a la dignidad humana…”. No vayamos a creer que este instrumento internacional solo está dedicado a condenar la violencia física contra la mujer. Leerlo únicamente así es un completo error. El artículo 4° consagra que toda mujer tiene “el derecho a que se respete la dignidad inherente a su persona…”. Si analizamos jurídicamente las expresiones de Eguren, estas configuran una afirmación, algo distinto en el derecho a una opinión, pues decir “…obviamente en la mujer no hay ningún tipo de lubricación...”, denota irresponsablemente una falsa certidumbre con lo cual ha ofendido la calidad intrínseca de la mujer, una cuestión pegada a su estado de naturaleza y que jurídicamente -puro iusnaturalismo- hemos protegido denominando dignidad humana, el más elevado atributo de la especie humana (Declaración “Compromiso Universal por la dignidad humana” - II Congreso Mundial de Bioética, Gijón, España, 2002).

Por nuestra formación romano-germánica algunos creen que para que Eguren sea desaforado de su actividad congresal debió infringir puntualmente alguna norma jurídica escrita -como el reciente caso del congresista Alejandro Yovera- y eso es desconocimiento cabal del derecho. Fue más lejos. A Eguren solo le queda pedir perdón para que en ese estado vuelva a ser positivamente calificado.