La presidenta Dina Boluarte se esmera todos los días en demostrar su desprecio por la realidad. “En dos años hemos hecho mucho más que gobiernos que han durado cinco años”, dijo hace poco. Sin embargo, cualquier ciudadano podría refutarle esa afirmación con solo mirar a su alrededor: una creciente inseguridad ciudadana y una crisis económica galopante desmienten su optimismo y la bajan de su particular Olimpo.

Ya es tiempo de que la mandataria deje los discursos de consignas y se enfoque en gobernar. Hace poco, una encuesta internacional de Gallup la ubicó como la presidenta con peor desempeño entre 11 mandatarios de América Latina. Su inoperancia al frente del Gobierno es evidente y se refleja en cifras alarmantes. El déficit fiscal de 2024 fue el más alto en 32 años, alcanzando el 3.6% del PBI. La inestabilidad económica ha impactado directamente en los hogares peruanos: el 65% de la población ha reducido su consumo de productos básicos, incluyendo alimentos esenciales como la carne y la leche.

Es evidente que la realidad no se adapta a los deseos de la presidenta. A esto se suma el flagelo de la criminalidad, un problema que afecta el día a día de los ciudadanos. El aumento de la violencia y la delincuencia es palpable: todos los días alguien muere asesinado, dejando una estela de temor e impotencia en la ciudadanía. La falta de estrategias eficaces para combatir este problema solo agrava la sensación de abandono que enfrenta el país.