El diálogo que mece la farsa
El diálogo que mece la farsa

El nuevo llamado al diálogo del gobierno de Ollanta Humala “con las fuerzas vivas de la Nación” no puede ser más demagógico y una farsa de marca mayor. Primero, porque no es el primer “diálogo” que convoca este gobierno y ya sabemos cómo quedó, por ejemplo, el que se sostuvo con Jiménez Mayor, predecesor de Jara. Segundo, porque a todas luces es un intento de “amarrar en las cuerdas” -para usar términos boxísticos- y así ganar aire, quitar ritmo al enemigo y a los cargos que pesan contra la figura presidencial y su entorno cercano. Y tercero, porque la confrontación que vino macerando el Presidente desde la provocación inicial al jurar por la Constitución del 79 hasta los ataques tuiteros y en vivo de los mastines humalistas, ha abonado persistente, religiosa y meticulosamente el camino empedrado y más alejado de un diálogo sincero.

Dos cosas demuestran que este diálogo es una farsa, una pantomima: 1) Aunque hubiera el cambio de ministros que exige el Apra para dialogar, ¿eso va a resolver la encrucijada de legitimidad gubernamental debido a las acusaciones de encubrimientos, negocios turbios, espionaje y ahora las extrañas cuentas de la esposa del Presidente? 2) ¿Servirá de algo sentarse a conversar cuando es improbable que de ese diálogo vayan a surgir las respuestas concretas que esclarezcan las oscuras y espesas nubes de sospecha que se ciernen sobre la cúpula gubernamental?

Es un buen síntoma que los dos partidos de oposición -porque las demás agrupaciones no lo son realmente- hayan anunciado que no acudirán al diálogo. Claro que se les dirá -y esa es la trampa del Gobierno- que el fujimorismo y el aprismo no tienen voluntad política de buscar una salida. Pero eso es una falacia. En democracia, el diálogo político se da en el Parlamento. No es necesaria otra instancia. Ni es necesario más diálogo. Lo que en cambio es imprescindible es que el mandatario Ollanta Humala esclarezca las espesas sombras que se ciernen sobre la figura del Presidente del Perú o que, en su defecto, la democracia encuentre los anticuerpos que sean necesarios para no seguir debilitándose con el desprestigio del primer llamado a prestigiarla. Porque la crisis política actual no es de falta de diálogo. Es de sospecha de falta de moral en el ejercicio de la función pública al más alto nivel. Habría que estar muy ciego para no verlo o ser demasiado avezado o convenido o negligente para soslayarlo.

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