La pandemia nos dejó ver una realidad perniciosa: el 70 por ciento de la economía peruana es informal. Este detalle explica muchos de los problemas de desigualdad y explican las imperfecciones de la democracia que tenemos.

Si la mayor parte de la economía del país no es formal, quiere decir que las pequeñas y no tan pequeñas empresas no tributan como deberían, y por ende el Estado no recauda lo que debería. Además, quiere decir que contratan a trabajadores fuera del marco legal laboral, esto es: existe aquí trabajo precario y sin derechos mínimos, sin seguro social, sin salarios conforme a ley, con inestabilidad.

En el Perú romantizamos al emprendedor, y repetimos siempre que el emprendedor peruano es digno de ejemplo. Lo es en muchos casos, claro que sí, pero hay muchos empresarios informales que no son pobrecitos ni viven con las justas del día, sino que ganan mucho dinero -que acumulan debajo del colchón- sin pagar nada o pagando muy poco al Estado. Ahí radica, en gran medida, el problema de la redistribución de la riqueza. No solo en el hecho de gravar a las grandes fortunas -algo que se puede debatir, de acuerdo-, que no resuelve de por sí el gran problema.

Claro, muchos podrán objetar la corrupción y la ineficiencia del Estado. Ante ese clima de desconfianza, muchos justifican la informalidad o el no pagar impuestos. ¿Cómo voy a pagar si luego se lo roban no usan bien nuestros impuestos?, señalan. Pero así caemos en un círculo vicioso. Así el país seguirá creciendo -si es que vuelve a crecer- sin resolver el drama de siempre.

En sus intervenciones los candidatos presidenciales no hablan de este tema tan importante. ¿Cómo podemos hacer para que el Estado funcione mejor, sea más eficaz y no sea corrupto? ¿Cómo podemos hacer para formalizar nuestra economía en beneficio de todos? Me gustaría que esas preguntas respondan los candidatos.