Nadie duda que China ha sido el gran actor de las décadas posteriores al triunfo occidental -Reagan/Thatcher- que trajo la hegemonía de la Alianza Atlántica sobre la Unión Soviética y sus satélites. El Muro de Berlín no fue destruido por armamento nuclear sofisticado sino por la economía de mercado y la democracia. La involuntaria hibernación del oso ruso facilitó el surgimiento económico de una China liberada de las ataduras ideológicas del maoísmo, pero no de la dictadura del Partido Comunista.

La nueva Pax Americana fue efímera. El poder económico chino y la agresividad del “Zar” Putin apoyaron a enemigos menores de USA empecinados en reemplazar el imperialismo “neoliberal” con uno dictatorial y estatista. La debacle financiera del 2008 produjo desconfianza en el sistema económico. La reacción internacional fue empoderar al grupo de las 20 economías más poderosas para encontrar soluciones. El G-20 aprobó importantes correcciones para reformar el Fondo Monetario y el Banco Mundial. Pero la nefasta polarización partidaria del Congreso norteamericano las hizo naufragar. Los efectos globales de la crisis fueron paliados mientras duró el fuerte crecimiento de China y las economías emergentes. El fracaso del G-20, la insuficiencia del FMI y el Banco Mundial, y el activismo progresivo de los BRICS abrieron camino a una suerte de “banca paralela” de desarrollo (AIIB, NDB, etc.), alentada y mayoritariamente financiada por China.

Pero ahora enfrentamos la versión china de los colapsos capitalistas de 1929 y 2008. Frente a caídas bursátiles de 30%, Pekín ha dictado medidas de contención extremas y niega estar cerca de una crisis económica profunda. Sin embargo, ¿cómo creer a una dictadura comunista que “permite” una singular economía de mercado sin libertad ni esperanzas de democracia?

El mercado está en la genética de toda sociedad. Es el mecanismo donde quienes necesitan compran lo que otros producen para satisfacer sus necesidades. Para funcionar requiere condiciones simples: libertad (para comerciar a precios equilibrados por la oferta y la demanda); confianza (para producir y vender con utilidad); y reglas estables (para garantizar las transacciones entre consumidores y productores). En los mercados bursátiles -volátiles por naturaleza- rigen normas y supervisión más severas para neutralizar la especulación y asegurar la eficacia del sistema oficial de regulación.

¿Puede funcionar este sistema en una dictadura comunista enfrentada a una crisis que amenaza con desbordar el mercado de valores y develar problemas económicos que afectarían a una inmensa población, pobre y étnicamente compleja, que sentiría amenazados sus ahorros y sus precarios derechos ?

Muchos académicos sostienen que la potencialidad china se limita a la de un gigante económico, sin capacidad para superar a EE.UU. y Occidente. Uno es el progresista Paul Krugman (Nobel de Economía 2008). En El País de hoy escribe “Los Emperadores desnudos de China”, lectura obligatoria en un debate vital para iluminar las decisiones de Estados como el nuestro.

¿Hasta qué límite el mercado puede coexistir con una dictadura comunista? Es la pregunta que la crisis china todavía esconde.

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