Mario Vargas Llosa une las manos como si rezara y las lleva al rostro, en un gesto de honda reflexión de un hombre que ha visto la complejidad del Perú y del ser humano en general y que busca las palabras para expresar tamaña sensibilidad. Y las encuentra, por supuesto, en la gran obra que ha legado al mundo. Así es la primera instantánea que abre el libro “Vargas Llosa: El escribidor y la vida” (Planeta, 2025) de Daniel Mordzinski, el fotógrafo argentino que ha vivido entre escritores durante casi medio siglo y que, ahora, presenta el resultado de más de tres décadas de retratar los momentos más emblemáticos y cotidianos del nobel peruano. Porque esa es la esencia que ha logrado captar en su espléndido trabajo: mostrar al Vargas Llosa intelectual, narrador imprescindible, así como al más mundano ser que disfruta del hogar junto a su esposa, hijos y nietos y que sonríe como nunca lo ha hecho al cargar a su nieta. Las fotos humanizan a la leyenda, dan forma a la disciplina de Vargas Llosa. Lo podemos ver escribir en Madrid, Barranco y Cartagena de Indias, tanto en su escritorio como en su cama; nos acercamos a su biblioteca, a sus libros de consulta sobre la mesa, a los hipopótamos de diferentes colores y tamaños, a la poesía de César Vallejo que lo mantiene absorto en la relectura, a las fotografías familiares que lo enternecen en medio de las ficciones. En el registro de Mordzinski, desde 1993 hasta 2023, la trayectoria de Vargas Llosa está compuesta por circunstancias excepcionales, como la entrega del Premio Nobel en 2010 y su coincidencia con Carmen Balcells, Carlos Fuentes, Margaret Atwood, Sergio Ramírez y Javier Cercas, entre otros grandes. Además de las breves leyendas, las fotografías están acompañadas de fragmentos de escritos y reflexiones del novelista arequipeño sobre la lectura, la escritura, la vida y la muerte. Imagen y palabra se enriquecen en las páginas. Hay una foto en la que aparece en medio de un jardín, como si la espesura verde de la selva que retrata en sus novelas brotara alrededor suyo. La fotografía final es la más emotiva: de espaldas, Mario Vargas Llosa camina de la luz a la oscuridad, mientras en la otra página se cita su idea de la muerte, que no lo angustiaba: “la vida es tan maravillosa precisamente porque tiene un fin”. En el camino de Vargas Llosa, como en el de todos, no se puede eludir la sombra mayor, pero ese instante en lo luminoso (incluida su propia penumbra), metáfora de lo que dejó en su paso por el mundo, que captura magistralmente Mordzinski, permanecerá por mucho más tiempo entre nosotros. Por eso, este es un libro fascinante sobre un escritor irrepetible.

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