A pocas horas de la Navidad, persisten en el país los enfrentamientos, disputas y polarización, características que no tienen nada que ver con el espíritu de esta fecha. Valgan verdades, el Gobierno tiene mucho que ver con esta situación tan crítica. Los continuos escándalos, su inacción para confrontar los reales problemas de los peruanos, su propuesta de llevar a cabo la Asamblea Constituyente y su discurso que fomenta la división entre pobres y ricos, solo generan inestabilidad.

En la Navidad los abrazos reemplazan a las palabras y si en todo el año hay diferencias, en este día la solidaridad, la unidad y la fe nos iguala. El objetivo de toda persona debe ser que estas cualidades se alarguen todo el tiempo que nos conceda la vida.

Ya no es momento que el Gobierno exprese sus deseos desde el lado más oscuro del extremismo, dividiendo al país entre buenos y malos, ricos y pobres, izquierdistas y derechistas. Esto solo es una guerra ficticia que sirve para intereses subalternos. Hay que tener grandeza y nobleza para renunciar a odios y expectativas ideológicas que hacen daño al Perú. Hay que tener la capacidad de diálogo y buscar consensos. No es fácil, pero debemos recordar que la gran mayoría de peruanos somos parte de una fe que tuvo su inicio gracias a un hombre que fue torturado y crucificado luego de una vida llena de sacrificios. Nos enseñó que es muy difícil el recorrido en toda historia, pero también nos hizo creer en los milagros.