Esta noche Ricardo Gareca tendrá el examen más importante desde que asumió la dirección técnica de la selección peruana. Sabe bien el argentino que, luego de la derrota sufrida en Barranquilla, el margen de error ya no existe, y solo una victoria ante el campeón de América lo dejará tranquilo de cara a los próximos encuentros ante Paraguay y Brasil, a disputarse en noviembre.

El hincha peruano también jugará su partido esta noche. Millones de compatriotas verán el partido con los puños cerrados y la tensión a flor de piel; con la angustia acostumbrada del sufrido hincha peruano. Solo necesitamos una razón para creer. Un guiño del destino que nos permita entregarnos a la fe sin cuestionamientos. Un solo punto de apoyo para seguir, tercos, en este deporte nacional que es alentar a un equipo erosionado por las derrotas.

Por años vimos estremecidos cómo la blanquirroja no podía concatenar tres pases seguidos sin perder la pelota. Fuimos testigos de equipos sin alma, que arrastraban los pies y entraba a la cancha con el semblante de quien se sabe derrotado antes incluso de comenzar a pelear. Hoy el equipo de Gareca ilusiona por la alegría de su juego y el ímpetu de cada seleccionado. Ha vuelto el toque al ras, las triangulaciones que hacen daño a aquellos quienes hasta hace poco nos miraban sobre el hombro. Por ello, es tiempo de decirle basta a merecimientos que no se concretan. Basta de llantos apagados por la mala fortuna. Basta de jugar como nunca y perder como siempre. Si no hay mal que dure mil años ni cuerpo que lo soporte, va siendo hora que nuestra selección olvide el pasado reciente, marcado por la frustración crónica, y entienda que es ahora o nunca. Vamos Perú.