Lamentablemente para el Perú, ayer ha quedado demostrado que estamos en manos de un gobierno que no tiene rumbo y que navega a la deriva por obra y gracia de una presidenta como Dina Boluarte Zegarra, a la que el cargo le ha quedado inmenso.

Allí está pues, la candidata del prófugo Vladimir Cerrón, la vicepresidenta del delincuente y golpista Pedro Castillo, la dupla apuntalada por los odios y traumas de la izquierda en todos matices.

Ha sido triste para el país ver a una mandataria haciendo tres cambios ministeriales en la tarde, para horas después aceptar la renuncia de su patético premier Gustavo Adrianzén, con lo que en teoría todo el gabinete, incluyendo a los tres nuevos integrantes, tendrán que presentar sus renuncias.

Lo penoso es que esos cambios han sido en sectores vitales para el país como Economía y Finanzas; Transportes y Comunicaciones con un aeropuerto a punto de ser inaugurado y con millonarios recursos por manejar; e Interior, encargado directo de la lucha contra la violencia en las calles.

Entonces, ante este panorama, cabría preguntarnos si esto es un régimen serio que tiene que afrontar los duros problemas que aquejan a los peruanos, o una chingana de barrio que se maneja a lo que venga, con la informalidad y la improvisación como normas.

Sin duda, más parece lo segundo, y eso no merecemos los peruanos.

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