La amistad es un don inefable, de lo mejor de la vida. Dice el Eclesiástico: “un amigo fiel es protección poderosa, quien lo encuentra halla un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio, es de incalculable valor. Un amigo fiel es medicina que salva, lo encontrarán los que temen al Señor. El que teme al Señor será recto en su amistad, pues según es él, así será su prójimo”. Cicerón decía que la amistad solo puede surgir entre buenas personas y José Chirito era un buen hombre, un buen amigo, un ser humano entrañable.

Un país, una ciudad, una profesión, al fin y al cabo, se encarnan en una serie de rostros. La familia, las personas a las que quieres y respetas, los amigos que caminan a tu lado, todo eso tiene una cara, una imagen querida, un carácter, incluso un estilo. José Chirito era todo eso, porque siempre fue un buen amigo, un profesional de fuste, un peruano a carta cabal. Si las profesiones tienen una faz concreta, Chirito era la cara amable del periodismo nacional.

Se nos ha ido un grande al que todos extrañaremos. Es muy difícil en un país sectario, de profunda división política, atávicas envidias y espasmos autoritarios, es difícil encontrar hombres de unidad. El gran Chirito unió amigos de todas las tiendas políticas, de todas las ideologías, porque las personas buenas son capaces de convocar por encima de las diferencias, de crear más allá de la división. Los destructores esterilizan a la nación. Los constructores fecundan, siembran para que todos cosechen. Eso hizo mi amigo José Chirito a lo largo de su vida. Hoy camina al encuentro del Señor.