El presidente Martín Vizcarra ha tirado por la borda el beneficio de la duda y el apoyo que el país le ofreció como ofrenda de unidad ante una circunstancia fatalmente adversa. Fue un error considerar que el mandatario podía sobreponerse a su mediocridad y medianía, y erigirse con un liderazgo secundado por acciones rápidas, efectivas y concretas, que permitiesen aprovechar el tiempo fundamental del confinamiento para preparar al país, en todos sus niveles, ante el desafío más grande que se enfrentaba, quizá desde Sendero Luminoso y la Guerra del Pacífico. Los ingenuos pensamos que tras decretar la cuarentena, la inteligencia de un grupo humano calificado aprovecharía el tiempo, ejecutaría un plan, tendría un objetivo. Aburre ahondar en los errores cometidos (el último fue el del permiso de salida para los menores de 14 años), pero queda claro que el Waterloo de este régimen ha sido su incapacidad de gestión y su insistente predilección por lo político. Antes de la pandemia, Vizcarra apostó por enfrentarse al Congreso, lo debilitó y desarrolló contra este una guerra encarnizada de ida y vuelta con todas las energías que tenía disponibles. Hasta que lo derrumbó. Pero la pobreza siguió creciendo, la educación mantuvo sus niveles deplorables y el sistema de salud continuó atendiendo con los mismos históricos niveles de devastación que lo precedían. Naufragamos en la nada y muchos fueron felices celebrando la caída del fujiaprismo y la mantención del reino del piloto automático. Pero con piloto automático no se enfrenta una epidemia vorazmente invasiva y mortal. Tampoco se combate apelando a la demagogia de los discursos evasivos ni regodeándose en el amiguismo inútil e ideológicamente afín. Se necesita gestión en dosis intensivas. Mínimo, una mezcla de pragmatismo y velocidad para fortalecer los flancos débiles mientras se arrincona al virus con estrictos cercos comunitarios. Y, seguro, mucho más. Hoy es tarde. El fracaso es evidente y lo padecemos cada día con cada una de estas aterradoras muertes que, estrictamente, sobrepasan las 10 mil. Si quería pasar a la historia, ya lo hizo, presidente, como el hombre al que el virus derrotó más fácilmente.

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