El mundo ha cambiado en poco tiempo por un virus que se ha convertido en un incontenible verdugo de la humanidad: mientras cierro mi columna, van 630,000 personas contagiadas y 30,000 muertos y no hay nada serio que prometa que esta pesadilla vaya a acabar.

Los seres humanos nos hemos desnudado como los más vulnerables de un planeta que sin nosotros podría seguir existiendo. La inesperada realidad nos ha bajado de las nubes porque estuvimos acostumbrados a jactarnos orgullosos de nuestra membresía de ser los reyes de la creación.

El papa Francisco, durante la bendición Urbi et Orbi, que significa “A la ciudad y al mundo”, que acaba de impartir a todos los hombres, católicos y no católicos -seguramente en la primera pontificia que registra la historia vaticana impartida con la Plaza de San Pedro completamente vacía-, nos ha recordado que la vida es más que un libreto de conductas repetidas o robotizadas, que por años no ha hecho olvidarnos de volvernos a nosotros mismos hasta despreciando a nuestros propios miedos.

El mundo será otro en adelante. Muchas familias están perdiendo a sus abuelos u otros seres queridos como los egipcios a sus primogénitos, solo que esta vez, no es por la ira de Dios contra el faraón por no dejar que el pueblo de Israel partiera hacia la Tierra Prometida. No. Ahora es por el propio hombre, el autor material de sus propias desgracias. El coronavirus no ha respetado a las naciones poderosas en el mundo. Las ha irrumpido y las latiga sin requerir licencias, pasaportes ni visas, y las ha acorralado venciéndolas en sus propios egos de tecnologías; y con los países más pobres podría ser más cruel e inmisericorde.

Se ven más aves en cielo y más peces en los mares y ríos, porque el hombre que los caza, se haya recluido temeroso en su casa como hace miles de años por las fieras en sus cavernas. Enloquecidos por evolucionar y hasta dominar a las estrellas recién advertimos que podríamos involucionar. Cuando todo pase, tendremos que evaluar nuestra condición mortal y finita tirando al tacho nuestros delirios de poder y de grandeza. Nuestros paradigmas han cambiado.